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Prólogo de un veinticinqueño

Por Orestes Raúl Sánchez (*)

Mi mano se aferra temblorosamente a un pocillo de café, como si éste quisiera escaparse. La emoción me castiga ostensiblemente.

Estoy sentado donde antes fuera la confitería “Capri” y se me hace un barullo con el tiempo, y anuda sentimientos.

A través del vidrio, observo la plaza con un fondo dominante plateado por la lluvia. Uno que otro transeúnte entrecruza sin detenerse.

Esta es mi ciudad ... donde nací, estudié, me muní de excelentes amigos … se me superponen las imágenes de antes y de hoy. Todas ellas nutren de esplendor y nostalgia mi alma.

Veo los bancos de la plaza y traen a mis recuerdos las charlas y filosofía liviana de la juventud. Los planes que elaboraba para “declararle el amor a una muchacha” que generalmente no se llevaban a cabo, por mi manifiesta timidez.

Mis “novias” solo quedaban en mi imaginación. El lugar de ellas lo ocupaba el “cine” y los bailes, donde daba rienda suelta a mis fantasías.

Se me ocurre que he visto en Veinticinco de Mayo repetidas, en muchas personas, las connotaciones de mi vida.



Conocí gente muy brillante, amigos muy sinceros, chicas muy hermosas y/o profundas. Mujeres y hombres muy trabajadores y honestos ... y sigo conociendo.

A pesar de que vivo lejos, mis únicos amigos los tengo acá.

Los lugares más emblemáticos instalados en mi vida, también están acá.

¡Este es el lugar en el planeta que Dios eligió para mí!.

Créanme, que he mamado lo suficiente de esta ciudad para sentirme parte de ella. Como un ladrillo más, un árbol o una calle.

Mi vida se ha amalgamado con Veinticinco de Mayo y soy feliz con ello. Hoy me pide que se lo cuente a usted.

(*) Veinticinqueño y docente, radicado actualmente en Villa Carlos Paz.